Esto de las nuevas tecnologías será todo lo maravilloso que ustedes quieran, pero me produce tristeza. Para empezar, anulan una de mis escasas capacidades en la vida. Siempre he sido un empollón, lo cual me facilitó acumular sobresalientes. Nunca tuve que molestarme mucho en estudiar –craso error, sí–: me aprendía tanto los nombres de la tabla periódica, incluidos los lantánidos, como la lista de los reyes godos, una retahíla de obras de Lope de Vega o las capitales de los países integrados en la ONU que, sin ánimo de quitarme méritos, eran menos de la mitad de ahora.

Pero de pronto irrumpieron en nuestras vidas unos aparatos, en muchos casos superfluos, que han atrofiado nuestro cerebro . Las agendas de los teléfonos nos han aislado del resto de la sociedad. Ya no sabemos llamar sin consultar la agenda electrónica. Yo –y perdón por personalizar tanto– no recuerdo el número de mi teléfono fijo ni el código postal de mi barrio ni el nombre de la calle donde viven mis allegados. Tampoco sé ir a parte alguna sin echar mano del GPS , que nos mantiene desorientados en nuestro propio entorno urbano. Hay quien alardea de vivir colgado de un robot hasta para cocinar. Poco a poco todo el éxito se va reduciendo a pulsar botones o a peguntarle a Google.

Post a Comment